Don
Carlos Matero, me llaman; olvidan que tengo un segundo nombre, uno que eligió
mi mamá. Carlos Arturo Matero Condori, pa
servirle a usté y a dios, aunque mis tíos, desde chiquito, más bien me
decían que no servía para nada… Todos me llamaron desde pequeño por el homónimo
de mi padre: la maldición y la venganza del papá desquitándose con el hijo
mayor, que en mi caso, fue el único, pues me quedé con la responsabilidad de
ser el cumplido, bien portado, inteligente, consentido, pero también el
regañando, mal portado, desmadroso, incumplido vástago de este joven
matrimonio.
Toda
esta idea de aceptar el contrato con el editor de Pechuga de Maryposa comenzó por dos razones: la primera, y la
segunda (ay Cantinflas, cómo te quiero). Mi Teporochismo
consciente, en el cual, como sabemos, se bebe hasta la inconsciencia, que
me hizo firmar un contrato un tanto truculento en donde mi salario se ve
reflejado en botellas de licor (llámense Rancho
escondido, Bu-kañas, Los reyes, Anís del chango, Antillano,
sin exceder en el precio). Algo que no resulta redituable pues hace casi dos
semanas que dejé de beber, ¡ya no más!
Pues
bueno, como ahora ese licor lleva guardado dos semanas, quizá lo cambie por
marihuana, porque de ésa no me alejo ni en drogas; así de oximorónico es mi
diario acontecer. La segunda razón por la que acepté este espacio es porque me
quedé pensando mucho en el libro de un gringo donde hace un juego literario
bastante original, a mi parecer, en donde mezcla parte de su vida y le da los
tintes ficcionales, de ésos que se vale todo autor para lograr su treta frente
a los lectores.
Lo
que tiene de original, también lo tiene de insufrible y pretencioso: en muchas
partes uno se puede preguntar qué chingados hace leyendo las memorias de un
cuarentón de vida medianamente, o, mejor dicho, casi carentes experiencias de
interés. No obstante, y siguiendo el método plagiario de unos autores, me dije
primero que escribiría un libro llamado “Cuando
Arturo Matero leyó La tragedia de Arthur, escrita por Arthur Phillips”, y con mi nombre mero abajito:
“Arturo Matero”.
Como
siempre he firmado mis textos con el Arturo Matero –y después Don Arturo
Matero, no por mamón, sino porque así me comenzaron a decir en la prepa cuando
cumplí veintidós años- se me hacía pretencioso escribir al menos un artículo
que se titulara así, y que quede claro que desde lo pretencioso quería
inspirarme en el Tocayo Phillips, por algo así decidí también rifarme el tiro
de esta sección, para contar un o-sea-no-de-verdad-es.
Dije
que ni una copa más, maldita sea, llevo dos semanas sin beber y tres de
enamorado. Observo un patrón. Ahora no sé de qué rayos escribiré, algo debía,
seguramente, detener mi locura de las letras, y antes de ponerme a escribir
versos estúpidamente ridículos y románticos, prefiero dejar la pluma de lado.
Salut con té.